La vaina está maluca (cuento)
#Cuento
A Vicente se le cayó
una moneda del bolsillo cuando se sentó en su canoa. Se iba a pescar, ya estaba
listo para comenzar a bogar. Dejó el canalete a un lado y desesperado por
encontrarla se acercó a Maye, una lavandera que tenía el don de localizar
objetos debajo del agua; hallaba desde resbaladizas bolas de jabón hasta
pequeños aretes. En la ciénaga se estaba bañando Fermín, quien observaba a Maye
buscando la moneda y escuchaba los gritos desesperados de Vicente.
—Vicente, vas a quedar
como la Morón, la señora del pueblo vecino —dijo Fermín.
—¿Y cómo quedó?
—le preguntó Vicente.
—Dicen que después
de tener tanto, terminó pidiendo hasta la sal —respondió Fermín.
—Fermín, ¿y qué tengo
yo? Lo único que me acompañaba era esa moneda de mil pesos.
—Pero no te des
mala vida, Vicente, la plata va y viene. Deja que otro paisano más necesitado
se la encuentre, seguro le servirá para comprar la vitualla del almuerzo.
—¿Y quién carajos
mira por mí? Estoy llevao, Fermín. La
vaina está maluca. Tú no sabes que mi desayuno es un bollo limpio y que me lo
como vacío en la propia tusa porque a
veces no pesco nada, o no me alcanza pa’l salao.
—Pero, Vicente,
Dios dice que debemos dar a los que están más necesitados que uno.
—¿En este pueblo
quién puede estar más llevao que yo?
—preguntó Vicente.
—Vicente, no
sabemos la gotera en la casa ajena.
—¡Qué va! Si
estamos en pleno verano —remató Vicente.
Vicente tenía la
esperanza de recuperar esa moneda y no desprendía la mirada de Maye, que continuaba
buscándola con esmero. Mientras tanto, algunas personas que estaban presentes se
unieron a la conversación de Vicente y Fermín.
—Yo soy la señora
más vieja del pueblo, tengo 90 años, ¡y cómo quisiera convertir los años en
millones! —manifestó Teresa.
La señora Plácida,
la lotera del pueblo, aprovechó la ocasión para promocionar los boletos de
lotería:
—Por ahora nadie
será millonario en este pueblo, hace rato que no me cogen un numerito.
—Si no hay plata para
la comida, menos hay para la lotería —contestó Teresa.
—A mí no me gusta
deberle a ninguno porque no duermo tranquila, hoy le debo al mundo entero. Antes,
cuando la situación era mejor, me dormía con tan solo darme tres mecías en la hamaca. Ya llevo varios
días sin dormir, pero no me balanceo tanto para que la hamaca no se me gaste —dijo
Etilvia.
A la ciénaga iban
llegando más personas a bañarse, lavar la ropa y darles de beber a los burros. No
se callaron, participaron en el diálogo:
—Tengo la memoria
más lúcida de este pueblo, pero de tanto sacar cuentas se me han olvidado
varios cuentos —reveló Felipo.
—El médico me
prohibió el café con leche, y me conviene hacerle caso para ahorrarme unos
pesitos cada día, pero yo no puedo dejar el café, mejor me muero —contó Marce.
Ana Benilda, la
única en el pueblo que tenía licuadora, se sumó a la conversación:
—En la casa recibo
a bastantes paisanos que van a preparar los jugos diariamente. Mientras licúan
me van echando cuentos y me comentan sus preocupaciones. Voy a empezar a cobrar
por los consejos que doy.
Diluvina, la viuda
del pueblo, tampoco se quedó callada:
—Todavía no pienso
aflojá el luto. Me sale más barato
vestir de negro porque no tengo que preocuparme por combinar los colores ni por
mandar a hacer vestidos con los estampados de moda.
—Hay que ahorrar
lo que más se pueda, la vaina está jodía.
Vea, yo que soy la que da el saludo más largo en este pueblo, comencé a ahorrar
las palabras: ya no digo adióooooooos, ahora solo levanto la mano cuando pasa
alguien saludando —expresó Carmelina.
Maye no halló la
moneda. Le dio la mala noticia a Vicente:
—No la encontré,
Vicente. Parece que el barro se la tragó. La vaina está tan maluca que el barro
no la quiso soltar.
Aristides fue el
que la encontró, la tenía pisada debajo del agua, pero se quedó callado. Nadie
sospechó. Maye continúo lavando la ropa. Vicente sintió una honda decepción al
no tener en sus manos la moneda de mil pesos. Dejó su canoa en la orilla y a
sus demás paisanos chachareando en la ciénaga, se fue caminando sin rumbo por
el pueblo y se dijo a sí mismo:
—¡Carajo! Ya veo que el bollo no es el limpio, el limpio soy yo.
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