Las estacas

 #SerieFotográfica 


Linda Esperanza Aragón | @lindaragonm



Durante mis viajes por el Caribe colombiano me encontré en el camino a viejos y viejas que no le huyeron a la cámara. Ninguno me dijo que retocara o disimulara sus arrugas.

Recuerdo a un señor, que después de fotografiarlo, se acercó y dijo: “Soy más viejo que la Coca-Cola”. Reímos a carcajadas.



No se negaron a hablar de los años idos ni de la edad actual. Hubo una señora que expresó:

 

—Mija, aquí donde me ves, yo tengo 80 estacas.

—¿Estacas? —le pregunté.

—Sí. Los años son como estacas que se clavan en la vida y en la piel. De ahí es que nacen las canas y las arrugas, esas grietas o vericuetos que día a día se notan más…




Esa fue una sabia definición del tiempo que jamás voy a olvidar. 




Por supuesto, hay quienes invierten dinero en cremas rejuvenecedoras, cosméticos y cirugías para ocultar las arrugas, para arrancarse las estacas —imposibles de esquivar—; sin embargo, el tiempo no miente, es franco y delata. Mudo no es.







Ya lo dijo Francisco “Pacho” Rada, cantautor y acordeonero de la región caribeña, en su canción La muerte y la vejez, cuya letra derrama verdades incómodas para quienes desean borrarse las arrugas. Pacho no utilizó eufemismos; mejor no se ha podido decir:

 

No es porque te veas criatura

Pero tienes que saber

Que hay dos cosas seguras

Que es la muerte y la vejez

 

Por la plata no te alegres

Que tienes que comprender

Que nunca la plata puede

Con la muerte y la vejez







Es cierto: no hay nada más ineludible que envejecer y morir. Y las arrugas son parte de esa realidad. Son los laberintos que construye el tiempo para pasearse una y otra vez, dejando a su paso achaques y nutriendo la experiencia. Tal vez, para muchos, estar viejo no tiene sentido, el ocaso es desgarrador. Pero al tiempo, ¿quién lo ataja? Nadie; es cerrero y certero. Toca asumir la veteranía en algún punto de nuestra existencia. 






Y es que estar viejo no se resume en andar por los caminos apaciguadamente y sumergirse en una irremediable torpeza, o en entablar todo el día una relación íntima con el sofá, la mecedora o el taburete y convertirse en un observador pasivo de los acontecimientos.


Estar viejo es también despertar para descifrar los nuevos laberintos o vericuetos que van fraguando esas estacas hundidas en la piel y en el recuerdo. Es saber encontrarse y abrazar, agarrar una pollera, llevar un sombrero, disfrutar el baile y la tertulia, viajar con las palabras que lleva y trae la vida, compartir la risa, atesorar nostalgias y canciones… Es volar, intentarlo. 









Y, sí, estar viejo es convivir además con la soledad y los álbumes fotográficos. Y es no conocer nunca la jubilación ni la pensión, y que la muerte llegue mientras se busca el pan.  








En todo caso, la vejez no es para cobardes. No lo es. Y se me viene a la mente un veterano que me dijo:

—Ya no me da vértigo saber que estoy muy cerca de caer en la muerte. He vivido la vida a mi manera. 



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