Apuntes de viaje: San Bernardo del Viento

 #RelatoVisual

Linda Esperanza Aragón | @lindaragonm


Esto es portar con orgullo caribe el sombrero vueltiao.

Cuenta la historia que unos misioneros debían llevar una imagen de San Bernardo Abad de Claraval a Cartagena de Indias y que, en mitad del viaje por el mar, cuando ya naufragaban, el viento los empujó hasta la orilla.

Al lugar en que desembarcaron y celebraron misa lo denominaron San Bernardo del Viento, tributo a los ventarrones prodigiosos que los salvaron en la tempestad.

San Bernardo Abad de Claraval, el santo patrono.

El nombre de este municipio de Córdoba, San Bernardo del Viento, suele fascinar a a quien lo escucha. El ilustre periodista Juan Gossaín, oriundo de allí, comentó alguna vez que Guillermo Cano, director de El Espectador, publicaba sus textos solo porque estaba encantado con el nombre del pueblo. 

Admiro la renuencia de Gossaín quien se fue a Bogotá en 1969a volver a su terruño. Dice que no ha regresado porque quiere conservar inmaculados los recuerdos de la niñez, las imágenes del pueblo de aquella época, cuando en la mesa de cada casa había un plato de comida tapado junto a los cubiertos por si algún paisano llegaba con hambre.

“Las cosas no son como son sino como yo las recuerdo, porque yo no soy lo que soy sino lo que sueño; eso es San Bernardo del Viento para mí: no es como es en la realidad, es como yo lo tengo en mis recuerdos nada más”, ha explicado Gossaín. 

En su libro La balada de María Abdala reposa donde reposa este fragmento con la definición más sensata —y sin rodeos— acerca de nuestro destino: “Prefiero la vida, no tanto porque sea más festiva sino porque es más breve, y eso apremia a la gente para que viva con la emoción de la prisa, a sabiendas de que el tiempo se acaba. La muerte, en cambio, es pachorra, y se mueve con parsimonia, como todo lo que es eterno. Tiene la lentitud del infinito. Lo grave, en consecuencia, no es morirse, sino la cantidad de tiempo que uno dura muerto. La muerte es para toda la vida”.

En las fiestas sentí que este puñado de palabras yacía en el corazón de los sanbernardinos mientras bailaban y cantaban. Encontré en este territorio del Caribe colombiano cadencias, sonrisas contagiosas, comunión, y una excepcional, divina y majestuosa manera de portar el sombrero vueltiao prenda tradicional caribeña tejida por el pueblo indígena zenú, un símbolo que nos representa dentro y fuera de Colombia.

Sí, San Bernardo del Viento es un hermoso nombre de cuatro palabras, extenso pero bello. Sin embargo, cuando los sanbernardinos están lejos y ya van de regreso, dicen así:

—Me voy pa'l Viento.

El viento deja de ser un elemento que despeina y acaricia; se vuelve un destino lleno de gente y corazones fértiles. Es el pueblo, la tierra, el tejido de la cotidianidad y la fuerza que inquieta al mar.

Ocaso en la playa sanbernardina.

¿Qué se puede decir del mar sanbernardino? Uno quiere quedarse clavado en la orilla para no dejar de mirarlo. Este mar barre cualquier ansiedad, aunque no sepa estar en calma.  Y si cae la noche, o una lloviznita, no se deterioran las ganas de sentir su compañía, de aventurarse en su embrujo.

El agua dulce también refresca a San Bernardo del Viento gracias al caño La Balsa. Aquí sí reinan el silencio y la quietud. Y no es que yo sea huraña, pero las ganas de respirar ese sosiego no se me querían ir. Fue una oportunidad para callar y escuchar las historias acogedoras de la Pachamama al ritmo de una canoa cómplice. Sentí que fui abrazada, y abracé.

Y esa misma serenidad la encontré en casa de Dorlis Cárdenas, una señora dulce y afable, querida por todos sus paisanos. En las tardes, siempre me guardaba trozos de patilla que me quitaban la sed. Sí: hallé la generosidad de la que hablaba Gossaín.

Ahora me hacen suspirar el trajín de las calles, las sonrisas de la gente celebrando la vida, el agua dulce (serenidad) y el agua salada (bravura), las siluetas que nacían en las tardes cerca del valiente mar, los pelaos levantando la arena mientras jugaban fútbol, el sabor de la fruta fresca, y todas aquellas escenas que la saudade no me permite convertir en palabras. 

Solo una parte de mis memorias afloran en estas fotografías y estos apuntes de viaje. Ojalá algún día ustedes visiten este pedacito de Colombia y lo recorran con todos los sentidos bien abiertos. 


Aquellos trajines y vaivenes mañaneros.

Alegres y fiesteros corazones.

Encuentros, aplausos y fiesta vibrante.

Entre cumbias y porros se celebra la vida.

El heladero mayor.

Delicias sanbernardinas en El Humito.

No lo dudes: en el mercado consigues bocachicos sinuanos frescos.

En las calles te encuentras con festejos colorinches y algodón de azúcar.

Y en la playa tómate una sabrosa agua de coco pa'l calor.

Pero no te olvides de probar la patilla para endulzar tu estancia y quitarte la sed.

Ellos, los pelaos, el humor de la tarde.

Abraza una palmera y contempla su majestuosidad.

Únate a las tertulias matutinas, donde encontrará anécdotas profusas.

El caño La Balsa, serenidad.

El mar, fiereza.

Y mi amiga Dorlis, una gran anfitriona con el mismo dulzor de la patilla.

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