Farotas de Talaigua Nuevo: memorias que se bailan con júbilo
Linda Esperanza Aragón | @lindaragonm
Las Farotas alimentan el corazón de la cultura caribe. Originaria de Talaigua Nuevo (Bolívar), una población ubicada en el Caribe colombiano, esta es una de las danzas tradicionales que cada año muestran la esencia del Carnaval de Barranquilla, una de las fiestas populares más emblemáticas de Latinoamérica. Con sus impetuosos movimientos y polleras incesantes, las Farotas nos embelesan, emocionan y estremecen. Nos dejan sin palabras, con el alma alegre y con los ojos bien abiertos.
La danza representa
el ahínco de los guerreros farotos que vengaron y dignificaron a sus mujeres, abusadas en la época colonial por los españoles mientras los
hombres de las tribus indígenas chimilas y farotos se iban a cazar por las noches.
Al conocer estos vejámenes, los esposos de las mujeres fraguaron un plan, guiados por el
cacique Talygua. Debían recolectar telas para elaborar la
indumentaria parecida a la que usaban las señoras españolas. Poco a poco los hombres intercambiaron
sus amuletos por retales de tela. Como no les alcanzaron los retales,
complementaron los trajes con hojas de majagua. Cuando lograron crear los
vestidos, el cacique eligió a los doce hombres más fuertes. Los demás se fueron
a cazar, como lo hacían cada noche.
Los
guerreros elegidos debían portar esos atuendos europeos para cautivar a los
españoles que llegaban a los asentamientos para violar y ultrajar a las mujeres
indígenas. La estrategia funcionó: consiguieron seducirlos con sensuales
movimientos y los atraparon… Los guerreros farotos vestidos de mujer mataron a
varios soldados españoles; pudieron vengarse y poner fin a los abusos. Desde
entonces pasaron a llamarse "farotas", puesto que se vistieron como
mujeres.
“Lo
que hemos conocido gracias a nuestros ancestros, a través de la transmisión de
saberes, es que de las tribus indígenas de esta zona cercana a la depresión
Momposina, en Bolívar, los farotos eran los más laboriosos y bravos. En esa
época la depresión Momposina era muy próspera en la ganadería, agricultura y
pesca; también poseía mucho oro, el cual enviaban los españoles a Europa”,
cuenta Mónica Ospino Dávila, directora de la danza de las Farotas.
Hoy,
son 13 hombres quienes conforman esta danza que surgió hace más de 400 años. Y,
para rememorar el momento en que fueron confeccionados aquellos vestidos
similares a los que usaban las doñas españolas, ellos mismos se pintan los
labios de rojo y las mejillas de manera exagerada y burlesca. Lucen largas
polleras floreadas —debajo de ellas los indígenas escondieron las lanzas para
atacar—, pecheras coloridas —simbolizan la depresión Momposina y su oro,
algunos elementos de la naturaleza, y la visión del mundo de los indígenas—,
pañuelos que cuelgan de la cintura —representan los amuletos con que espantaban
a las brujas en las noches de cacería—, sombreretas colmadas de flores
coloridas —la flor blanca figura la infancia vejada—, grandes aretes y
sombrillas de colores vivos…
También
portan un buzo blanco de cuello alto debajo de la pechera que, en aquel tiempo,
llamaban amansaloco, y que
también era usado en sus faenas por los esclavos provenientes de África. Relata
Mónica Ospino que los africanos facilitaron esa prenda a los indígenas
guerreros para que pudieran completar los vestidos. Por último, calzan unas
abarcas de cuero, típicas en la región Caribe colombiana.
Mónica Ospino siempre que cuenta la historia no duda en recalcar: “No es un disfraz; es una vestimenta cargada de significados históricos que los mismos integrantes hacen a mano para evocar aquel período de violencia que se convirtió en júbilo”.
Entre los danzantes hay un niño que
representa a las niñas que sacaban los españoles de las comunidades indígenas
para prostituirlas o hacerlas sus concubinas. Según Mónica Ospino, después de
vengarse de los españoles, los guerreros farotos danzaron aquella noche. Fue
una venganza que se convirtió en una ocasión de gozo. Y ahora la historia se
cuenta en varios momentos danzando al ritmo de los tambores, la flauta de millo
y las maracas o el guache.
“El primer momento se llama son
farotas, que es cuando saludamos y nos presentarnos al público. El segundo
se llama son lavada, el cual evoca a las mujeres que salían a lavar
al río sin miedo al tiempo que los hombres se quedaban en los asentamientos bailando
y celebrando esa victoria y la tranquilidad de ellas. Y con el son
perillero ilustramos el movimiento sensual con el que sedujeron a los
españoles para defender a las féminas y derrotarlos. Allí ululamos, y ese es el
momento de júbilo. Los hombres nunca bailan erguidos, siempre mantienen la
postura de quien está al acecho”, señala Ospino.
Etelvina Dávila, su madre, fue quien
decidió, en los años ochenta, llevar la danza de las Farotas al Carnaval de
Barranquilla.
“Yo escuchaba decir a mi madre que,
cuando era joven y veía a las Farotas bailar por las calles polvorientas del
pueblo Talaigua Nuevo, ella se emocionaba”, rememora. “Desde entonces se
enamoró de esa tradición y se empeñó en hacerla aún más visible. Fue ella quien
la llevó al Carnaval de Barranquilla y a todos los espacios que fueron
posibles. ‘La Farota Mayor’; así llamaban a mi madre. Después de su muerte, en
2011, yo me dediqué a dirigir la danza. Sé que nunca voy a superarla. Ella era
única”.
Mónica Ospino me cuenta que al comienzo esta danza
no fue bien recibida por el público de Barranquilla, que solo veía a unos
hombres de toscas facciones vestidos de mujer. “Fue un choque cultural y
no la recibieron de manera positiva. Pensaban que eran unos maricas malucos bailando
en la ciudad. No entendían el mensaje y no sabían que se trataba de una danza
indígena fuerte. Había que coger el micrófono, contar la historia y aclarar que
no eran maricas, sino campesinos, agricultores y pescadores de Talaigua Nuevo
apasionados por esta danza. Al principio no fue fácil. En la actualidad, ya la
gente sabe quiénes somos”.
Por su parte, Jairo Mancera, quien baila desde hace
más de tres décadas, evocó esos primeros años de la llegada de la danza a
Barranquilla: “Cuando comenzamos a ir al Carnaval de Barranquilla uno que
otro borracho nos llamaba maricas, pero nosotros no prestábamos atención,
veníamos a lo nuestro. Aunque sí fue duro y a veces tuvimos que enfrentarnos a
borrachos que querían faltarnos al respeto creyendo que éramos gais. Hoy no nos
pasa eso; la gente ya conoce la historia del vestuario y la danza”.
“Nosotros aprendimos esta danza mirando
a nuestros abuelos», dice Jhon Carlos Mancera, líder de la danza, quien
también baila desde hace más de 30 años e instruye a los más pequeños en la
Escuela de Farotas Infantil y Juvenil de Talaigua Nuevo. "Esto lo llevamos
en la sangre; conocemos la historia. Somos una familia. Por eso nos sentimos
orgullosos y seguimos el consejo de nuestros abuelos: ellos nos decían que
primero era el amor por la danza”.
Mientras bailan, él es quien se encarga de mantener la energía y el entusiasmo del grupo pregonando: “Vamos, Farotas, ¡aentro!”.
La sonoridad, el baile, la
teatralidad, el brío inimitable de las Farotas son alimento de la cultura
caribe. Esta, como otras tradiciones, ofrece otro concepto de
cultura; no como sinónimo de erudición, ni de conocer todas las artes, ni de
leer todos los libros. Cultura es lo que se trae en la sangre. Cultura es la
herencia, la tradición oral, los sentires y las fiestas que recibimos de los
antepasados para compartir con el mundo y generar diálogos, preguntas,
reflexiones que nos permitan arrebatarle al olvido lo que quiere robarse.
Mónica Ospina deja claro que la
oralidad ha sido vital para preservar esta herencia ancestral: “Somos un
cordón umbilical porque mantenemos conectados la tradición de nuestra tierra
natal con los jóvenes que se van a la ciudad a realizar sus estudios
universitarios, para que no dejen de recordar que las puertas de esta danza
están abiertas para todos. También divulgamos la historia. Por eso es muy
importante la tradición oral”.
“Aunque nos salgan ampollas en
los pies no dejamos de bailar”, asevera Luis Carlos Ávila, uno de los miembros
más jóvenes de la danza.
Las Farotas ha dejado huellas en
el Carnaval de Barranquilla y en las nuevas generaciones. Antes de salir a
bailar, los muchachos acuden a YouTube para ver los registros audiovisuales de
los protagonistas de antaño. Recuerdan con respeto y nostalgia al fallecido
Ramón Carrera, un danzante incomparable que supo llevar la tradición a los más
jóvenes en Talaigua Nuevo.
“La danza de las Farotas hizo
parte del dosier que se le presentó a la Unesco para que el Carnaval de
Barranquilla fuese declarado Obra Maestra del Patrimonio Oral e Intangible de
la Humanidad, en 2003. Nuestra tradición es un aporte valioso para la
cultura caribeña que fomenta el respeto hacia la mujer; algo que recalco
cada vez que voy a una universidad o escuela. Seguiremos trabajando duro para
mantener vivo este legado por mucho tiempo y para que el mundo entero lo
conozca”, subraya Mónica Ospina.
La
danza de las Farotas sigue vigente, mantiene su esencia; y no se cansa de
promover el respeto hacia las mujeres, la unión de las culturas y la
transferencia de saberes ancestrales para que no mueran las memorias y las
tradiciones culturales de la región Caribe colombiana. Con júbilo desbordante
sus polleras continúan combatiendo el olvido y convocando a las nuevas
generaciones.
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Este
trabajo fue publicado en la revista cubana independiente de periodismo narrativo El Estornudo y ganó el Premio Nacional de Periodismo Ernesto McCausland en la categoría crónica digital (Colombia, 2024).
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