Apuntes de viaje: La Guajira
#ApuntesDeLuz
Linda Esperanza Aragón | @lindaragonm
Después de llegar a Riohacha, capital de La Guajira —departamento
costero ubicado en el extremo norte de Colombia—, me dirigí al municipio de Uribia. En la
tarde, me fui con un grupo de guajiros en un carro 4x4 a conocer Bahía Honda,
lugar que está a cuatro horas de Uribia y se sitúa en la Alta Guajira.
Camino a Bahía Honda, el carro se varó en varias ocasiones. Lo empujamos, arrancábamos, volvíamos a empujar. Por fortuna, cuando aún quedaba una rayita de cobertura en el celular, logramos llamar para solicitar otro vehículo.
Continuamos el viaje. La oscuridad nos sorprendió en medio de los caminos secos y polvorientos. Llegamos casi a la medianoche.
En Bahía Honda nos recibió la señora Berta Iguarán, una
matrona guajira afable y risueña; llevaba unos ruleros en su cabello y una
cómoda batola. Su casa era pequeña, pero el patio era inmenso y estaba colmado
de cardones enormes y emblemáticos trupillos.
En ese patio inmenso la señora Berta nos guindó las
hamacas para que descansáramos y pasáramos la noche. Antes de dormirse nos
dijo:
—Aquí
el aire no tiene botones. Duerman sabroso. Hasta mañana.
Fue uno de los mejores sueños que he tenido en mi vida. Me
mecí tres veces y me quedé dormida. No extrañé el aire acondicionado. Dormí
profundamente mientras la brisa se metía en la hamaca y acariciaba cada parte
de mí. Era música, compañera, arrullo, placidez.
Al día siguiente, me despertaron los bramidos de los chivos. La brisa asidua sacudía las mantas de las guajiras. El verde de los cactus y el azul del cielo me invitaron a quedarme embelesada al tiempo en que me tomaba una taza de mazamorra de maíz exquisita y veía caminar a la señora Berta con sus rulos intactos.
Mi celular no tenía cobertura; estaba
desconectada del resto del mundo. El teléfono no era ya una extensión de mi
cuerpo. Solo estaba viviendo una vida, la de los pies en la tierra.
La cámara fue mi compañera inseparable. Quise hacer
fotografías para mis recuerdos, porque la única eternidad es el instante, y ese
instante repleto de historias cotidianas se puede escribir con la luz.
Gracias a esas imágenes no olvidaré jamás el sabor de las
arepas asadas y los guisos sabrosos, las miradas de los niños que reposan en sus
hamacas, los cantos de la brisa, el vaivén de las placenteras hamacas y las
carcajadas de Berta.
El tiempo nos
come en la ciudad, aquí no lo sentí. Era otro ritmo. Eran otros vientos, otras
voces, otros sabores, otras risas, otros andares convertidos en nostalgias
visuales que hoy me acompañan. Sin un instante de duda, me acompañan.
No quiero escribir ni decir tanto. Las imágenes se comen el tiempo y hablan mejor.
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