Mi manera de estar despierta
Linda Esperanza Aragón | @lindaragonm
Pienso en la muerte cada día. Todavía estoy joven, aún no
llego a los 30, pero me asusta perder mis cinco sentidos. No me imagino sin
poder oler, tocar, escuchar, degustar, ¡carajo!, y sin poder ver. Qué agónico
es pensar en eso. Es tanta la zozobra que he llegado a ensayar cerrando los
ojos y conteniendo la respiración: la verdad es que no paso de los cinco
segundos (cómo se nota que no medito).
Poco a poco he ido encontrando refugios para olvidarme por un rato de ese agobio. Pensar en eso me da más calor, más del que me envuelve en mi querido Caribe. ¡Ay!, Caribe, para mitigar ese desasosiego me fijo en tu cotidianidad y no me canso de explorar tus tradiciones, costumbres y personajes. Tu cultura popular. Entender que un verdadero viaje no consiste en irse lejos, sino que también es conocer el pueblo más cercano, o dejarse cautivar por los sonidos del barrio es la seducción más hermosa. Me conduce a escribir y a fotografiar lo cotidiano para descifrar dónde tengo puestos los pies. Escribir con las letras y la luz me motiva a recorrer incontables caminos y a cambiar de ojos.
Sigo el consejo de Hemingway: "Nunca viajes con alguien a quien no ames". Por eso no me desprendo ni de la cámara, ni del lápiz, ni de la agenda. Narrar lo que me rodea, mi aldea, como decía Tolstoi, me salva de creer que lo sé todo porque he viajado mucho.
La escritura me fascinaba desde muy niña: les escribía cartas
a mis papás en fechas especiales, y para pedirles los regalos en Navidad. En la
universidad me gozaba cada párrafo a la hora de construir los libretos en las
clases de radio y las crónicas viajeras en las clases de periodismo escrito. A
lo que nunca imaginé aferrarme fue a la fotografía. Nunca la busqué. Recibí
clases en la universidad, pero asistía sin emoción.
Recuerdo que en la
infancia el único contacto que tuve con la fotografía fue en los álbumes
familiares, y con los fotógrafos que iban a las fiestas patronales de mi pueblo
a registrar bautizos y matrimonios.
Pero, con el paso del tiempo, la fotografía me sorprendió: hace algunos años debía cruzar el río Magdalena cada semana para acudir al trabajo en un municipio ribereño. Ante semejante torrente supe que no podía seguir viajando con los brazos cruzados, me pasó lo mismo que a Florentino Ariza en El amor en los tiempos del cólera, quien se divertía viendo desde las escolleras a los pescadores con grandes chinchorros y a la pandilla de niños nadando.
Dejé ir varias historias y escenas por no tener fuerza en la
mirada y no tomar la decisión de sacar el celular y hacer la foto. El trayecto
se hacía cada vez más rutinario, pero el río iba entrando suavecito en mi mirada
y la fotografía seguía coqueteándome. Ahorré poco a poco y compré mi primera
cámara réflex. Desde entonces, el viaje no era el mismo y comencé a
obturar.
Allí empezó todo. Me abordaron preguntas, las mismas que
alguna vez se planteó el fotógrafo Paul Graham: "¿Me lanzo a andar por la calle
y hago fotos a extraños?, ¿hago una fotonovela entre mis amigos?, ¿fotografío
solo a mis allegados, a mi familia, a mí? O quizás debería solo fotografiar
paisajes, las rocas, los árboles; ellos no se mueven, ni se quejan, ni te hacen
esperar. ¿Las casas antiguas?, ¿las casas modernas?, ¿me voy al otro lado del
mundo a las zonas de conflicto o a la tienda de la esquina, o ni salgo de mi
cuarto?".
Decidí narrar el Caribe, el lugar en el que nací y vivo. Su luz y cultura me cautivaron y me dediqué a la fotografía documental. Hoy soy lo que describió alguna vez Susan Sontag: "El fotógrafo es una versión armada del paseante solitario que explora, acecha, cruza el infierno urbano, el caminante voyerista que descubre en la ciudad un paisaje de extremos voluptuosos. Adepto a los regocijos de la observación…".
Mi lente también ha estado frente a ganadores del Premio
Nobel de la Paz, corruptos, expresidentes, artistas reconocidos, hospitales
abandonados, mercados públicos, cuerpos de agua, personas que viven del rebusque,
fiestas tradicionales, pueblos recónditos y ciudades inmensas. Trato de narrar
los peligros y las esperanzas que rodean nuestra existencia a través de un arma
poderosa que depende de la luz y de la sincronía entre la mente y las
emociones; de un arma que puede ayudarnos a no olvidar, como lo hizo el
fotógrafo L.B. Jefferies en el filme La ventana indiscreta:
él se aferró a su cámara para no sucumbir.
Me dedico a escribir y fotografiar, sin embargo, no es fácil
vivir de este oficio, por eso también trabajo en el área de comunicaciones
audiovisuales de una institución y me toca cumplir con tareas y jornadas
específicas, pero no abandono los viajes y las historias: organizo mis tiempos
y llevo a cabo proyectos independientes en los que soy plenamente
libre. Escribir y fotografiar, dos actividades que puede hacer todo aquel
que cuente con lápiz y papel (o Word) y con una cámara (hasta con la del
teléfono móvil). Yo trato de hacerlo en serio, con el corazón y con
la disciplina. Trato de contar historias para la memoria. No me interesan los
relatos inmediatistas que irán a parar al olvido.
Evitar un pestañeo para no perderme una historia interesante me mantiene viva, es mi manera de estar despierta. Narro lo que me sacude y me identifico con la visión de Graciela Iturbide: "Cuando estoy fotografiando soy íntegra y fotografío lo que me conmueve, lo que me da sorpresa. La cámara es un pretexto para conocer la vida y aprender de los lugares a los que voy".
Si no miro ni escribo me gana la muerte y me olvido de la maravilla de despertar cada día, del asombro de estar viva. Los invito a mirar.
Este trabajo fue publicado en la revista cubana independiente de periodismo narrativo El Estornudo y ganó el Xilópalo - Premio Nacional de Periodismo Digital en la categoría Colombia en imágenes (Colombia, 2024). Y fue republicado en la revista chilena Caption Magazine y en la plataforma iberoamericana de fotografía Observadores Urbanos.
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