Vallejo, el artista que revoluciona lo viejo
Tiene el alma en Bogotá, donde nació; y el corazón en Santa Marta, ciudad en la que vive desde hace varios años. En las calles capitalinas, Carlos Vallejo Londoño se encontró consigo mismo para decirse que quería ser artista; desde entonces la madera, el ambientalismo y el arte abrazaron sus pasos.
Hay quienes le llaman “Poseidón” porque hace pescaditos y otras especies marinas con madera, varillas de hierro, elementos de la vegetación y bolsas plásticas. Vallejo, de 61 años, se preocupa incesantemente por la vida del mar, del agua dulce, de la tierra y del prójimo, por lo que le dedica sudor y ahínco a ‘Basurarte’, proyecto con el que busca transformar el plástico en materia prima mediante el reciclaje.
En el Centro Cultural del Magdalena, más conocido en Santa Marta como La Gota de Leche, está su taller, al que llega todos los días con guayabera, pantalones holgados, mochila al hombro y cabello despeinado. Ahí conversa con la ceiba, el trupillo, el ébano, el nazareno y el carreto. Nunca se trata de un soliloquio, pues la madera habla y se deja moldear.
En 2007 fue uno de los ganadores del II Salón BAT de arte popular, iniciativa que busca crear un espacio para que los artistas empíricos expongan sus trabajos y alcancen un merecido reconocimiento por su labor. Ganó un galardón en los Premio Tayrona, en Santa Marta. Vallejo es amante de la charla: le encanta el arte público porque puede conversar con la gente de manera libre. La madera y la gente lo motivan a trabajar con la mente y el corazón, por eso es un artista.
Siempre me gustó pintar y el ambientalismo, aunque uno salga del colegio totalmente desorientado, pues la educación que le dan a uno en el colegio no sirve para casi nada. Toca entonces escoger algo práctico: yo escogí estudiar derecho como mi papá. Alcancé a estudiar algunos años en la Universidad Externado de Colombia, después entré a trabajar en Colcultura y comencé a estudiar diseño publicitario por la noche.
Tenía dos horas para almorzar y me iba a caminar por el centro de Bogotá. No me gustaba almorzar en los restaurantes, prefería comerme una empanada y caminar por los parques y museos, y empecé a decirme: “¡Miércoles!, yo sé hacer esa vaina, soy capaz de lograrlo”. A partir de allí pude tener una relación directa con el arte, porque cuando uno no tiene ese encuentro con el arte es difícil identificarse con él.
Ese es el problema que hay en la sociedad colombiana, en especial en Santa Marta: no hay tantos museos ni galerías, las que hay son intimidantes y costosas, para una persona no es fácil llegar a estos espacios por cuenta propia. Los niños van porque los colegios arman una excursión, pero no ven las obras, entran es a pellizcarse o a perder el tiempo. Si la gente puede tener esa reflexión tranquila y sin presiones es muy fácil identificarse.
El ambiente no fue
muy bueno. En las familias no consideran que sea positivo tener un miembro que
quiera ser artista, pues se le pinta un futuro complicado. Así me pasó cuando
mi hija me salió con que quería estudiar arte. Le dije: “¡Uy, no!, estudia otra
cosa, mírame a mí”.
Se hacen todos los
esfuerzos del mundo, pero (con el arte) nunca hay una recompensa económica. Uno
se alimenta de los elogios, sin embargo, eso no es lo único, porque también
requerimos vivir bien y tener comodidades. A mí hija el arte le entró tan
suavecito que ella no entendió la vida de otra manera.
Pasé por Cartagena, pero no me sentí cómodo. No me gustó tanto porque es una ciudad donde hay lugares que dejan entrever el poder el español sobre el negro y el indio: el cerro y convento de La Popa, el Palacio de la Inquisición, por ejemplo. En cambio, Santa Marta es todo lo contrario: es indígena, es libertad, es vegetación, es una maravilla.
Desde la primera
vez que pisé esta tierra quise quedarme. No sé si busqué las circunstancias o
ellas me encontraron a mí: conocí a una samaria, iniciamos una relación y
terminamos casándonos. Ya tengo más de 30 años viviendo aquí.
Después de haber estado en Colcultura y de haber estudiado algunos semestres de diseño publicitario, diseño industrial, programación de computadores, pintura y escultura; me fui al Chocó con unos amigos para montar una industria pesquera que nunca funcionó, sin embargo, me encontré con los árboles grandes. Fue un encuentro fuerte con la naturaleza. La selva y la humedad de ese lugar son impresionantes; lo árboles me pusieron a mil. Y fue allí cuando comencé a trabajar con la madera.
No tengo ni idea
de dónde me salió esa vaina. Lo que sí sé es que estoy haciendo pescados con
madera y varillas de hierro desde hace rato. A través de esto también promuevo
el arte social para que la gente comprenda y logre tener un orgullo
patrimonial. A las personas les hace falta querer su espacio, pues están
acostumbradas a creer que lo único que vale son los billetes, entonces se ciegan
y no perciben la vegetación y los animales. La idea también es enseñar sobre la
vegetación, por eso se hicieron pescados con raíces, hojas y frutas, elementos
que pueden suscitar una relación todavía más fuerte con el medio ambiente. Los
niños no conocen diez animales de su entorno, en cambio, sí conocen muchísimas
marcas de teléfonos, de carros, de ropa, de miles de pendejadas. Los han
catapultado de la realidad.
Es importante
decir que yo no la corto. Los pedazos que dejan los otros en el suelo los
rescato para darles una nueva vida en una pieza de arte. A veces creo que la madera es el padre y que yo soy la
madre que le da una forma; es decir, el padre da unas características fijas, la
madre moldea. Tomo la madera y la miro. Ella se deja ver. Me muestra que tiene
algún nudo interesante o una curva. Me gusta que me ponga retos, que tenga
personalidad y carácter. Hay palos que parecen jabón o mantequilla y se vuelven
predecibles.
No me pasa mucho
eso porque la madera siempre me está hablando. Creo que si un tipo tiene un
papel y no se le ocurre nada debería arrugarlo, de pronto empiece a verle
formas a eso. Yo no tengo que arrugar la madera porque ella ya viene con nudos
y vetas.
Alguien es revolucionario porque pretende algo nuevo. Yo sí soy un revolucionario, pero pretendo algo viejo. Nunca debemos olvidar que tenemos un compromiso con lo natural, no con lo artificial. Lo artificial se resume en adornos, los cuales se quedaron a partir del pecado original: el hombre se sintió más berraco que la naturaleza, entonces creyó que estaba defectuosa y se dispuso a arreglarla. El ideal es que la gente comprenda que no vinimos al mundo a exprimirlo, vinimos fue a compartirlo, a conocerlo, a disfrutarlo, a vivirlo; no a quemarle a la tierra sus entrañas.
Nace por la naturaleza. Por medio de esta iniciativa o campaña se enseñan las diferentes clases de peces que hay en la región Caribe. La gente debe conocer las especies de su entorno. Hice un delfín con bolsas plásticas con el fin de pregonar que le estamos metiendo mucho plástico al medio ambiente.
Recuerdo que
cuando estaba en el colegio las loncheras eran de metal, hoy son de plástico y
les meten botellas y bolsas plásticas. A los niños no les dan frutas, sino la
basura que vende el mercado. Las personas están matando a los peces cuando
arrojan el plástico en su ecosistema, por esa razón los peces que produzco son
el espacio donde pueden depositarlo y solucionar el problema. Con el plástico podemos
crear productos que surjan de nuestra imaginación. La ciudadanía tiene que
sensibilizarse y ser autónoma.
Uno de los objetivos de ‘Basurarte’ es convocar a los colegios para hacer unos talleres y enseñarles a los niños cómo se hacen esos animales. El plástico limpio es valioso, pero el que se mezcla con los otros desperdicios ya no lo es. Hay que separarlo, por eso están los peces en las calles.
Mi generación ha visto el tránsito de la naturaleza limpia a la naturaleza hecha plástico. Nos ha tocado ver cómo el mundo se ha convertido en una chicuca. A mí me duele a sabiendas de que muchos no sienten lo mismo porque se acostumbraron.
Otro objetivo es fabricar una ballena para que sirva como fuente de agua y la gente la consuma, de esta manera disminuiría el consumo de agua que viene en recipientes de plástico. Esto no es una gran novedad, el agua es para todos. La novedad es que Nestlé quiera privatizarla. Ese tipo de iniciativas se cristalizan porque sobornan al gobierno, y lo peor es que este cree que se hará más rico, pero lo que no sabe es que está empobreciendo a su país.
El mundo no aguanta el ritmo que impuso el consumismo.
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Este trabajo fue publicado en Semana Rural, proyecto de la revista colombiana Semana.
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