Relatos apilables para guardar en lugares pequeños

Linda Esperanza Aragón | @lindaragonm


Puede apilarlos u olvidarlos mañana.

 

Oda visual a ti, palmera. 


Barro

Los fines de semana mamá y yo recorríamos el pueblo en las tardes. Los aguaceros de abril siempre nos sorprendían. En medio de la lluvia nos descalzábamos e intentábamos caminar; las calles polvorientas cambiaban de tono y se transformaban en pequeños charcos y en barro espeso. Nos agarrábamos de las cercas de los patios y mamá me indicaba:

—Uña de gato, niña.

En ese momento apretaba los dedos de los pies para imitar a las garras de los felinos y no patinar.

El día que me vine a la ciudad, ella me dijo al oído:

—El barro se puso duro.

 

***

Él

Aquel día sentí a mi padre lleno de eternidad; solo bastó con preguntarle qué hora era.

—La tarde está fresca —contestó. 

Vaya manera de esquivar los números del reloj.

 

***

Sara

Mi sobrina Sara, de 8 años, entró a mi habitación muy inquieta.

—¿Quién creó a Dios? —preguntó.

Quise ganar tiempo quitándome las gafas y bajando la tapa de mi computador. Me sentí acorralada; no quería darle una respuesta inventada por mí (ella no se la iba a creer, es muy lista) ni decirle que no interrumpiera mi actividad y que después hablábamos de eso.

—Esa es una pregunta que muchas personas nos hacemos. Creo que no hay una respuesta definitiva —contesté.

—¿Por qué? —insistió.

—Es un tema difícil…

Se quedó en silencio durante algunos segundos. Luego, me miró y me dijo:

—Yo quiero conocer a Dios, pero él no aparece ni en televisión. 

 

***

Bailar, la voz de lo oculto

¿Será que al bailar develamos lo que está furtivo? Para Isadora Duncan si se decía lo que se sentía, no valía la pena bailarlo.

Entonces bailar es la voz de lo que nos cuesta transmitir de otras formas o de lo que ha permanecido dormido adentro.

Lo oculto, cuando siente el movimiento del cuerpo, lo que más desea es que el viento no se convierta en una jaula y que la música sea cómplice de cada meneo, aunque no haya espectadores, aunque detengamos el tiempo o escapemos de él, aunque sudemos viejas nostalgias, aunque reír sea la evidencia de un querer desbordante, aunque cerremos los ojos para viajar por dentro, aunque estemos siendo felices y no haga falta saberlo.

 

***

Juego obligatorio

Los brincos son cronometrados y las sonrisas de los niños mientras yacen elevados tienen un precio. En el trampolín a algunos se les revuelven las vísceras y a otros se les aviva la imaginación. Es el negocio de los saltos.

Los niños saltan y saltan sin estar enterados de que la vida también tiene su propio juego, un juego inaplazable: el de los tropezones.

 

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Andares desprovistos de ella

Me decía mi madre: “Bájate de ese palo que es vidrioso, te vas a caer”. Hoy, cuando camino por caminos vidriosos, esa voz que me prevenía no la escucho. Me devora la nostalgia. El hielo se rompe bajo mis pies y la voz no suena. La vida debe ser eso. Eso debe ser la vida. No suena la voz, pero no se ha convertido en un recuerdo extinguido. Me acompañan mis pensamientos, les respondo, hablo con ellos. En ocasiones, me previenen a tiempo; en otras, no puedo ni definir las caídas. Hay tropezones interminables y soledades sin solución. Hay gritos secos y saltos al vacío en los que les doy una salida digna a mis miedos y en los que me repito a mí misma: “Amanecerá y veremos”.

Las caídas son mi equipaje, prefiero cargar con ellas que con placeres imitados. Esa voz no suena ya, pero sigo caminando. La vida debe ser eso…

 

***

¿Quién inventó el insomnio?

Vi un comercial en el que pregonaban: “Lleve ya por un precio especial este rebanador de cebollas totalmente innovador que le permitirá preparar increíbles ensaladas sin que usted bote una sola lágrima”.

Después de eso, no sé qué diablos seguirá: ¿un paraguas que arrope el cuerpo de la cabeza a los pies?, ¿zapatos con aire acondicionado?, ¿un bolso especial en el que se guarde el pan francés para disimular su largura?, ¿un libro que se lea a sí mismo?, ¿cigarrillos impermeables para fumar bajo la lluvia?, ¿un tenedor mecánico que enrolle a la perfección los espaguetis?, ¿una camisa que nos dé abrazos en momentos jodidos?, ¿unas gafas detectoras de gestos faciales embusteros en las conversaciones?, ¿un horno de microondas con una pantalla adaptada que muestre memes cuando esperamos a que se caliente la comida?, ¿un cine que transmita los olores de las películas?, ¿un mouse experto en quiromancia que intente descifrar a diario, mientras trabajamos, en qué fecha seremos despedidos?, ¿un inodoro que perfume la mierda?

¡Uf!, y la lista quizá continúe. Me parece que hoy no dormiré por estar imaginando inventos estúpidos…

 

***

Brisa, atrévete más

La brusquedad de la brisa no me importa sentirla si estoy cerca de las palmeras y si el cielo está azul. Que me golpee, que me empuje, que me cuestione, que me confunda, que me desespere; no me atormenta esta brisa. La merezco, la entiendo, la espero cada año. Escucho Sueño con ella, de Buika, y sigo caminando las calles de mi ciudad caribeña mientras la brisa me persigue y las sombras de las palmeras se enredan con mis pasos. La canción dice: “Tú estás bailando bajo el sol y tu pelo de nube viene a rozarme el ombligo…”, frase que les dedico a mis amadas palmeras; ojalá pudieran acariciarme. Brisa ruda y tibia, sigue bailando con ellas, aunque arrastres los pedacitos de este ser roto hacia las olas saladas.

 

***

No quiero consejos sobre cómo encontrarme

¿Reinventarse?, ¿qué es reinventarse? Nunca entendí su significado ni con ejemplos, ni con hondas explicaciones, ni con libros, ni con testimonios de personas que aseguran haberse reinventado de los pies a la cabeza. ¿Reinventarse será bajarle al ajetreo humano y dejar las penas secándose al sol?, ¿será lo más cercano a una salvación inmediata?, ¿será abandonar las experiencias fugaces y procurar una vida interior rica?, ¿será plantarle cara a la adversidad y renacer?, ¿será dejarles de buscar el sentido a las cosas y entregarse al hermoso asombro de estar vivos?, ¿será sacudir tibiezas y luego comerse el mundo?

Sé que no existe una sola explicación o definición y que cada uno puede darle el significado que desee, pero a mí esa palabra no me suena armoniosa y no me parece honesta. Desde el confinamiento en 2020 se puso de moda y se volvió un consejo fácil de dar. Llovían textos y vídeos “reflexivos” en las redes sociales que culminaban con un “hay que reinventarse”. Después de todo, a mí me ha servido solo para fabricar preguntas y abrir pláticas con amigos, conocidos y extraños; ha sido muy útil para hacer de la conversación una deriva y crear mis propios laberintos.

“Perderse también es camino”, lo dijo Clarice Lispector. Ese sí es un verdadero consejo. Me fío del hay que perderse y no del hay que reinventarse. ¿No es hermoso?

Por favor: no demos instrucciones sobre cómo encontrarse. No arruinemos el mensaje intrépido de Lispector.

 

***

Andariega

A veces sueño que estoy en lugares lejanos haciendo fotografías, que voy de un país a otro sin pasar por los trámites de un aeropuerto; para cambiar de destino solo debo chasquear los dedos. En los sueños logro ver esas historias fotografiadas, reconozco desde dónde las capturé y me emociona mirarlas. Cuando me despierto quisiera salir corriendo, coger mi cámara y cerciorarme de que son reales y están allí esas imágenes. Siento desasosiego cuando no las hallo.

Voy por la vida persiguiendo esas fotografías oníricas, no me he cansado de hacerlo. Abrazo con la mirada aquellos caminos que me conducen desde las ciudades más grandes hasta los pueblos más profundos. No me canso de andar ni de esperar esas escenas en las que confluyen múltiples personas en calles polvorientas, campos, orillas de ríos, esquinas y playas mientras la vida pasa. No recuerdo los sonidos, solo recuerdo que son imágenes en blanco y negro. Varias composiciones quedan en mi memoria y trato de desenredar esos sueños caminando. Camino y camino, miro y miro, obturo y obturo. Espero. Viajo. Curioseo. Escribo con la luz. Eso me mantiene viva, me asombra, me emociona, me sacude y me acerca más a lo cotidiano.

Persigo imágenes llenas de gente y de agua dulce.

 

***

Señora Sensatez

Cuando la abuela pregonó su edad en medio de hijos y nietos el día de su natalicio, por primera vez sentí que alguien era consciente, con toda honestidad, de la velocidad del tiempo:

Tengo 75, entrando a los 76. 

 

***

Sal pa mi herida

Si digo que olvidar no pesa, que la suerte también se cansa, que los adioses tienen su propia sombra, que el afán avinagra las nostalgias, que amar no es cansarse de estar solos, que hay palabras que a veces no encuentran voz, que hay heridas esperando ser deificadas, que no existen los nítidos quereres; si lo digo, ¿qué mar me merezco?

 

***

Gélida evasión

Al ver que estaba sola en la mesa, el vagabundo se sentó a mi lado y pidió una cerveza en un bar de Santa Marta (Colombia). Y mientras el mesero buscaba la bebida, se acercó más y me susurró al oído:

—Soy rico.

—¿Rico? —pregunté.

—Soy muy rico porque tengo muchos glóbulos rojos —respondió.

—Entonces no le hace falta nada.

—Solamente me hace falta sarna pa rascarme.

—¿Aceptan en este bar glóbulos rojos para pagar la cerveza? —volví a preguntar.

—Entre menos sepa, más vive. 

El mesero le entregó la cerveza. Después de tomarse el primer trago, me dijo:

—No crea que me le he acercado para robarle. No esconda sus cosas. Odio el dinero.

—¿Por qué lo odia? —inquirí.

—Por culpa del dinero la vagina de mi madre está en el infierno.

—¿Cómo sabe que se está quemando?

—Porque era puta.

Empinó la cerveza y dejó vacía la botella. Luego, se levantó de la silla y le gritó al mesero:

—¡Anote la cuenta en un bloque de hielo!

Enseñó el dedo medio y se fue.

 

***

Es peligroso no mirar

Yo estaba allí cuando una niña se detuvo y se quedó mirando el paisaje. La madre la espantó: “No te quedes ahí, el sol está muy caliente, vámonos”. Es peligroso no saber contemplar. Es peligroso creer que contemplar es perder el tiempo. Es dañino no aprender a pasar los ojos por los paisajes, por las pieles, por los caminos, por otros ojos. Hay tanta gente que no detecta las nostalgias en las sombras ni los lugares que aún no han estrenado la luz dura. Por no contemplar es que no aprendemos a dibujar nuestro propio reflejo y terminamos por creer que el reflejo fidedigno es el que nos muestra el espejo o es el que confeccionan los likes en Facebook. Que no nos sigan espantando mientras contemplamos, que no lo hagan, es nocivo: es allí cuando germinan las miradas analfabetas. Tal vez por eso hay tantas fotografías sin mensaje.

 

***

Palmeras

No tengo un balcón desde el cual pueda contemplarlas todos los días. Las veo con los pies en la tierra, las abrazo, levanto la cabeza y me pierdo en sus ramas inefables. Cuando no estoy en mi Caribe mi corazón canta lo mismo que cantó Celia: “Siento nostalgia de palmeras…”. Me dan alegría diciembre y enero porque la brisa tropical baila con ustedes con más vehemencia. Y al finalizar enero le pregunto siempre a la brisa: ¿por qué te fuiste?

 

***

Calendarios, por favor: ¡shhh!

Hay calendarios en los que cada día va acompañado de una frase de autoayuda: “Hoy es tu día”, “Sueña siempre”, “El amor es la luz de tu presente”, “Que el miedo no te acompañe”.

¡Bah!, son demasiado preventivas; hacen estériles las mañanas y aquietan la efervescencia de la curiosidad. A veces pontifican, ¡cómo se atreven a decirnos lo que debemos hacer!

Y es que no quiero imaginarme relojes cuyas horas también vayan escoltadas por frases de esta clase. No valdría la pena salir a la calle, tener una vida libreteada es como mantener lejana a la contradicción.

Esos calendarios que ni se crean directores espirituales porque a la humanidad se le espantarán las auténticas ganas de vivir.  ¿Para qué existen?, ¿será para hacernos olvidar la autoridad de la muerte?

Prefiero los calendarios mudos.


 ***

¿Qué me esperará mañana?

No hay nada de lo que huir. Por ratos siento que a mi soliloquio matutino lo acompaña el sonido de un mar bravío. Me gusta. No se deshojan mis hondas tristezas, hoy parecen una bandada de imágenes, están indefensas. Me siento tranquila. 

El lucernario no solo permite que entre la luz a la casa, sino que también parece que se inventó un milagro: hoy veo con más nitidez, puedo bajar a saltos la escalera cuando suena el teléfono, no tropiezo, al fin no tropiezo. La música sugiere, pero no le hago caso hoy, solo por hoy. Sí, las llamadas de mis amigos, que hablan para saludar, interrumpen mi soliloquio, no obstante, el sonido del mar persiste, ni siquiera la música consigue hacerlo inaudible. Hay un enorme olvido entre las palabras que antes no encontraban voz y yo; dejo latir mi ingratitud hoy, solo por hoy.

Quisiera que esto se volviera costumbre, que mis nostalgias no queden como virutas en el suelo porque las quiero, son como voces viejas que me acompañan y vivifican; que el mar sea cómplice; que la luz arrope mi paisaje hogareño. Seguramente es mucho pedir, estoy siendo muy aventajada. Hoy, solo por hoy, no hubo enredijo en mi vida. El vino mojó mi sosiego. 

Hoy el aburrimiento no fue la victoria de la soledad. ¿Qué me esperará mañana?, ¿será un sacudimiento?, ¿la insuficiencia de alegría?, ¿un terreno abonado para que desfilen las heridas?, ¿un mezquino eco de las olas?

Ah, sí: mañana es lunes. 


***

Ya la abuela no baila

Nunca he visto bailar a la abuela. Mi madre y mis tíos me dicen que solo la han visto bailar un par de veces y que cuando eso ocurría la tierra se ponía alegre.

Cuando le he pedido que baile, ella me mira fijamente como queriendo decir que sus piernas están cansadas: “La vejez se esconde en los achaques”. Debe ser sublime ver sus faldas balanceándose al compás de la música; faldas salvíficas y palpitantes que no se borrarían de la memoria. Me he perdido de una de las maravillas de este mundo y de bailar con ella descalza hasta hacer que se derramen los sudores más recónditos. 

¿Dónde se esconde la tristeza? En mí. No haber bailado con la abuela me convierte en una tierra triste. 

 

***

Soledad angosta 

Cuando llovía ella sacó la mano por la ventana y recogió un poco de agua. Acercó la mano a su pecho, miró cuidadosamente el líquido y musitó:

—El mar no cabe aquí. 

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